La hepatitis es la inflamación del hígado, el órgano que procesa los nutrientes, sintetiza las proteínas y cumple una función desintoxicante. Cuando una persona contrae hepatitis, el hígado altera su funcionamiento. En la mayoría de los casos, es producida por un virus. En otros casos, puede producirse por el consumo excesivo de alcohol o por algunas toxinas, medicamentos o determinadas afecciones médicas.
En general, no produce síntomas. De hecho, el 50% de las personas con hepatitis crónica desconoce su diagnóstico. Por lo tanto, sólo se las puede diagnosticar mediante análisis de sangre.
Existen varios tipos de hepatitis virales, de acuerdo al tipo de virus con el que la persona se infecte. Los más comunes son hepatitis A, hepatitis B y hepatitis C. Las hepatitis A y B cuentan con vacuna, incluidas en el Calendario Nacional de Vacunación. Para la hepatitis C, sin embargo, no existe vacuna. La forma de prevenirla es evitando compartir agujas, jeringas o elementos cortopunzantes con otras personas, utilizando materiales descartables o esterilizados al realizar tatuajes, piercings o implantes y con el uso del preservativo en las relaciones sexuales.
¿Cómo se detectan?
Cabe resaltar que la fiebre, la fatiga, la pérdida del apetito y las náuseas o vómitos son algunos de los principales síntomas de las hepatitis virales, pero también se pueden presentar otros como la orina de color oscuro, dolores abdominales y/o en las articulaciones e ictericia. O bien pueden ser asintomáticas.
Un diagnóstico a tiempo, salva vidas. La única forma de detectar la enfermedad es mediante análisis de sangre específicos, donde solo se necesita una simple extracción de sangre.
Distintas etapas del daño hepático
Inflamación Crónica. El cuerpo intenta curar el hígado por sí mismo. Eso produce dolor en la zona abdominal y agrandamiento del hígado. Durante las etapas iniciales, el hígado inflamado no causa ningún daño.
Fibrosis. El tejido hepático se daña luego de un largo período de inflamación. El tejido cicatrizado del órgano es lo que se identifica como fibrosis. Las funciones del hígado disminuyen ya que no se permite un flujo adecuado de sangre. El resto del tejido sano, realiza un mayor esfuerzo y esto produce más daño. Este estadío es reversible.
Cirrosis. El tejido cicatrizado ya no puede repararse a sí mismo y esto conduce a la cirrosis hepática. El daño causado es irreversible. El hígado ya no puede filtrar las toxinas y desechos de la sangre. En esta etapa, el hígado se daña en gran medida.
Cáncer de hígado. El hígado alcanza un nivel de deterioro que se traduce en la formación de tumores. Este estadio del daño hepático se evalúa mediante ecografías, tomografías o resonancias magnéticas.
Fuente: Fundación Huésped, Ministerio de Salud de la Nación (MSAL), Organización Panamericana de la Salud (OPS).